Me miras pero no me ves, sólo soy una sombra reflejada en tus desorbitadas pupilas. Silencio. En mi garganta se ahoga un quejido desesperado. La luz que entra por la ventana agudiza tus facciones, más que marcadas, hundidas. En tu mente luchas de manera infatigable contra el constante murmullo del segundero de mi reloj, mientras tu cuerpo sucumbe lentamente a sus aguijonadas. La melodía de tu voz resuena tímidamente al compás de tu respiración desacompasada. Yo puedo oirla, la invito a unirse al susurro del goteo de mis lágrimas.
Levanta de ahí, puede que tu cuerpo esté exhausto pero tu alma se vislumbra ávida de traspasar las fronteras del tiempo y del espacio, de desentrañar misteriosos enigmas, de impregnarse con el fulgor de las estrellas...Mi figura acompaña a tu lánguido sueño, un halo febril nos envuelve mientras el viento sopla con fiereza, los pájaros enmudecen y el cielo se viste de luto.
¡No lo apartéis de mi lado! Aún tiene muchos problemas que escribir, muchas historias que leer y muchas leyendas que inventar.
Todavía rezuma en mis entrañas aquel olor a lobreguez y a rendición, a su sudor mezclado con su llanto y al tintineo de esa cancioncilla teñida de días felices.
Pero yo no te he abandonado, ni tú a mí tampoco, en lo más profundo de mi alma un rinconcito para que sigas siendo mi madre y yo tu pequeña.
A ver si te enseño algo parecido que escribí yo hace diez años no por motivos diferentes al tuyo. Fuerza y honor, Nuri.
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